La madre de todos los gatos (El Periódico)


Texto en castellano estrecho del artículo original:
Carol García, que vende cupones de la ONCE en el puerto, que es vecina del Raval, que cada día va al trabajo en bicicleta, que se amante de los gatos y aficionada a la fotografía, desde hace años cuida de los gatos del puerto, y de un tiempo para acá los fotografía. He ahí a Kalvin Klein. Clic. He ahí a John Silver. Clic. He ahí en la rubia Marilyn. Clic. Bautizarlos ha sido tan natural como quitar su relación a cotas de camaradería: su grado de popularidad en las tres colonias del puerto tiende al mayúsculo, y la expresan los propios gatos cuando la oyen legar y salen en manada a recibirla. «Tengo un cencerro en la bicicleta que reconocen», dice.
Kalvin Klein, por ejemplo. «Kalvin es un guaperas. Pero no es lo único. Hay otro guaperas que es Paul, que se llama así por Paul Newman. Aunque ese número no se lo ponga yo, se lo puso la protectora. En realidad yo le hubiera puesto David Bowie, porque tiene un ojo de cada color”.

Vender cupones en el puerto significa recorrerlo todos los días de extremo a extremo, visitar restaurantes, cafeterías, polígonos y empresas. Carol lo hace en bicicleta. «Recorro unos 20 kilómetros al día», dice. Las colonias gatunas se las encuentra en el camino: entonces se detiene y hace sonar el cencerro, y los gatos se congregan, sabedoras de que ese llamado es alimento. «Empecé haciéndolo por mí cuenta, porque me gustan los gatos, y luego contacté con una protectora que trabaja en el puerto, Barcelona Gat y Perro. Poco a poco hemos estrechado lazos y ahora hasta cojo gatos para ellos». Lo cual significa quitarlas gatas preñadas, gatos enfermos, cachorros que se quedaron huérfanos porque la madre murió atropellada. Con el tiempo, Carol ha aprendido a leer las circunstancias de cada uno.
Scar, por ejemplo. «Scar es un tipo duro, es un chungo. Le puso así miedo al malo de ‘El Rey León’. Es un gato viejo, lo tengo visto desde hace años, va y viene, está lleno de marcas en la cara. No hay manera de cogerlo para esterilizarlo, y si te acercas, te sopla… Te sopla pero no hace nada más, esa es la verdad. A estos malos acabas cogiéndoles cariño».

Hay que saber verlos
Es posible que sienta tanta debilidad por los gatos como por la fotografía. García empezó a hacer fotos con cierta dedicación hace 10 años, primero con una cámara compacta y cuando vio que la afición adquirió peso con una Nikkon Coolpix P90, «que no es réflex sino semiréflex –dice–, pero ya era otra cosa». Ahora tiene una D3300 de la misma marca que hace dos años le regaló su padre por su cumpleaños. «Empecé fotografiando insectos: arañas, saltamontes, papallonas. A los gatos empecé a fotografiarlos cuando empecé a verlos realmente, a conocerlos ya entender sus situaciones». Un día abrió un cuenta en Instagram (carol_raval) para hacer público su trabajo. Gatos, insectos, aves, curiosidades. Pero sobre todo gatos.
Don Hilarión se llama así porque tiene cara de boticario, y Don Hilarión se llama el boticario de ‘ La verbena de la paloma’. fumado mucho. También hay una Marylin, que es la gata rubia, y otro que se llama Alejandro porque según como se sienta se le viene una mancha que parece un corazón partido».

Sus encuentros con los gatos son breves porque se producen entre venta y venta de cupones –y García nunca ha descuidado su trabajo, heredado de su padre, que durante años hizo lo mismo–; pero han sido tantos encuentros al cabo de los años que ha germinado esa relación extraña entre ellos, entre los gatos callejeros y la vendedora de cupones, entre los gatos portuarios y la que seguramente reconocen como su mamá, así, sin acentuar, mamá, la versión grave. «Todos los animales tienen personalidad, pero creo que los gatos son un caso aparte. Los ve un día tras otro y te das cuenta de sus peculiaridades». No hay que imaginar a la vendedora de cupones dedicando horas de reflexión intensa a la cuestión de los números, porque los gatos, dice, en cierto modo se bautizan a sí mismos. Con lo que hacen, con la forma de hacerlo, con su actitud, con su manera de fugar, de mirar, de empapar.
«Está John Silver, al que le falta una cama y al que le pongo así en homenaje al personaje de ‘La isla del tesoro’. Era Trípode o John Silver, pero se ha quedado John Silver porque me parece más digno. También está Leela, que me la encontró medio muerta y que ya no está aquí, la protectora la dio en la cabeza. tiene un ojo. El problema es que era demasiado mimosa, y para estar en el puerto hay que ser un gato chungo.

El puerto es duro y la vida del gato portuario se dura. Hay que ser chungo. Hay que ser un superviviente. Pero se puede ser duro, chungo y superviviente: a veces no es suficiente. «Cuando alguno desaparece tiene temas el pitjor. A los gatos callejeros los atropellan, o se afianzan y se amagan en algún agujero y no los vuelves a ver. Por desgracia ya ha habido unos cuantos. Chulín, Rusito, Chula…» La desgrana como una lista de caídos en combate.
A la vendedora de cuponas la conoce todo el mundo en el puerto. Su bicicleta es inconfundible porque está pertrechada con un par de alforjas donde quita la comida de los gatos y una cesta adelante donde carga la cámara. En la espalda, una mochila con la terminal de pagos de la ONCE. Es esa estampa –abigarrada– la que viene los gatos cuando ha terminado de alimentarlos y se aleja por el puerto, como el mar o los contenedores o las grúas de fondo.
«Cuando viene que me subo a la bici se quedan ahí, mirándome…»

Autor: Mauricio Bernal
Fuente: El Periódico