En busca de un retiro feliz, por Gordi (III)

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¡Pues ya he vuelto!

Mi cuidadora se preocupó mucho por verme tan mal. Se temía lo peor: respirando así, ya mi edad… La de la guadaña me estaría esperando en la esquina. Pero mi cuidadora no se detuvo, no le íbamos a poner fácil a la de negro: transporten en la mano, y que al menos le tocara perseguirnos un rato.
Fuimos a veterinario, después de unas radiografías, una ecografía, y gracias a su gran sabiduría, supieron ver lo que me pasaba: tenía una hernia diafragmática, como os decía ayer.

Después del accidente aquel que no consigo recordar muy bien cómo ocurrió, me rompí el diafragma. El diafragma separa el tórax (donde tenemos los pulmones y corazón) del abdomen (donde tenemos el estómago, hígado, bazo, intestino, etc.). Como se me había roto y lo tenía agujereado, se me colaban el hígado y los intestinos en la cavidad torácica. Y como se metían en un sitio que no era suyo, no dejaban espacio suficiente en los pulmones para expandirse para que yo pudiera respirar correctamente.
El doctor que me atendió es muy sabio, y fue claro a mis cuidadores: Si no me operaban, moriría seguro. Si me operaban también podría morir, porque era una operación muy delicada y difícil, con un postoperatorio muy duro y arriesgado.
Ya sabréis la decisión que tomaron si no, ¡no se lo estaría contando! Me pidieron que fuera fuerte y valiente, que me dejaban en las mejores manos, ¡y de fortaleza y valentía yo puedo dar clases a cualquiera!
Mañana les cuento más sobre cómo me fue el postoperatorio.
¡Nos vemos!

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